el reino de los cielos es semejante a la levadura
Mateo 13,24-43
Incluso un niño sabe contar cuántas
semillas tiene una manzana...
Dar esperanza en la situación actual
Son muchas las personas,
comunidades y agentes de pastoral que, delante de la situación actual de
Brasil, se preguntan cómo mantener la esperanza del pueblo, cómo no perder a
esperanza e a confianza en las personas, instituciones, comunidades... Sabíamos
que había “cizaña” en el campo de la política: ¡corrupción, claro! Pero el tamaño,
volumen, extensión, intensidad, frecuencia y profundidad nos eran completamente
desconocidos. ¡La realidad supera nuestra pobre imaginación! El abanico es tan
grande que no sabemos hasta dónde puede llegar. Ahora bien, con lucidez y sabiduría,
con los ojos abiertos y los pies por tierra, ¿podemos soñar aún una salida?
¿Cuál? ¿Vendría de dónde? ¿Pasa por dónde y lleva en qué dirección? ¿Cómo engendrar
o regenerar la Vida, la Alegría y la Esperanza? ¿Dónde podemos encontrar fuerzas
para caminar, soñar y seguir apostando en una esperanza contra toda esperanza?
Con la conquista de
Jerusalém por Nabucodonosor, el pueblo de Israel vio derrumbarse todas sus
certezas y convicciones de fe: Tierra, promesas, Templo... Pensaba que Dios se había
olvidado de él o no tenía más fuerza para liberar. Su alegría mustiaba como la hierba.
Un profeta, conocido como Segundo Isaías, siente que la Palabra del Señor
permanece para siempre (Is 40,8) y, por tanto, sí, hay vida, alegría, esperanza
para los últimos, para los exiliados.
En otras situaciones, la realidad del pueblo es bien diferente. Las
autoridades o gobernantes están sentados en la arrogancia o autosuficiencia
humana como raíz de la idolatría. Se sienten poderosos y se olvidan de cuidar
de las clases más vulnerables. El profeta de turno denuncia sin ambages dicho
orgullo y arrogancia con imágenes fuertes y responsabilizando en cada caso los
causantes de dicha realidad, como podemos conferir en Isaías 2,6-3,26.
Jesús contó otra parábola
El mensaje de Jesús, siempre
actual, viene a nuestro encuentro. Tres pequeñas parábolas nos revelan la raíz
de la perseverancia y el sueño de posibilidades que el Reino de Dios esconde en
el corazón de la realidad humana y social. En la primera parábola, el sembrador
siembra una semilla buena en su campo, pero mientras duerme, un enemigo siembra
cizaña en medio del trigo. Crecen juntos. ¡Sorpresa! ¿No plantó buena semilla?
Entonces, ¿por qué hay cizaña? ¡Vamos a arrancarla! ¡Despacio! ¡No ha llegado
el momento!
De nuevo Jesús cuenta
otra parábola. El reino de los cielos es semejante a un grano de mostaza que un
hombre, sembró en su finca. Jesús no se cansa de observar la realidad cotidiana
y sueña cómo conseguir que el Sueño de Dios, su Reinado, llegue al corazón de la
gente, de las multitudes, del pueblo sencillo y comience a germinar, crecer y
dar fruto.
En el profeta Ezequiel
encontramos una pequeña parábola, semejante a aquella que Jesús va a contar. A
parábola del brote del cedro. Está claro, un brote do cedro se vuelve un árbol gigantesco
donde los pajarillos vendrán de toda parte y harán sus nidos. Veamos. Esto dice
el Señor: Tomaré una guía del cogollo del cedro alto y encumbrado; del vástago
cimero arrancaré un esqueje y yo lo plantaré en un monte elevado y señero lo
plantaré en el monte encumbrado de Israel. Echará ramas, dará fruto y llegará a
ser un cedro magnífico; anidarán en él todos los pájaros, a la sombra de su ramaje
anidarán todas las aves. y sabrán los árboles silvestres que yo, el Señor,
humillo el árbol elevado y elevo el árbol humilde, seco el árbol verde y
reverdezco el árbol seco. 25Yo, el Señor, lo digo y lo hago (Ez 17,21-24). Ahora,
Jesús, sin embargo, no habla del cogollo de cedro o de manguera, sino que parte
de la más pequeña de las semillas, un grano de mostaza, que se convierte en un
árbol donde vienen las aves del cielo a anidar en sus ramas. Jesús quiere infundir
en el corazón de los discípulos de todos los tiempos que el Reinado de Dios tiene
una lógica diferente: no se sustenta en la base del poder o de la fuerza para
imponerse. La fuerza y el poder pueden vencer, pero no convencen.
Jesús, el Mesías, viene
montando un borrico, el Reino es una semillita que tiene la “fuerza y la
vitalidad” para enfrentar los desafíos de la vida y dar espigas doradas. El
grano de mostaza se convierte en un árbol y en su copa se abrigan y anidan
pájaros llegados de todos los cantos de la tierra. Los pájaros representan los pueblos
y las naciones que vendrán al encuentro del Señor (Is 2,1-5). El Reino tiene un
comienzo pequeño, pero luego se vuelve un punto de referencia universal,
mundial: ¡Es para todos los pueblos y naciones! (Mt 28,18-20). Mateo ve ya
concretamente en sus comunidades esa realidad plural, ¡abiertas a todos los
pueblos! El Evangelio, la Palabra del Señor realiza esa convocatoria: ¡Javé habla
y realiza! ¡Jesús habla y sucede!
De Nazaret, ¿puede salir algo bueno?
Resulta siempre difícil creer para los discípulos: somos pocos, pequeños,
insignificantes, venidos de la periferia de Galilea de las naciones. ¡Allá no tiene
ni maestros ni profetas! (Jo 7,52). De Nazaret, ¿puede salir algo bueno? (Jo 1,46). Su
modo de hablar, su deje, les delata continuamente por donde pasan (Mt 26,73).
Pero Jesús insiste una y cien veces y muestra que el Reino tiene futuro
asegurado, y lo revela con otra imagen encantadora: ¡la levadura! El reinado de
Dios se parece a la levadura: una mujer la toma, la mezcla con tres medidas de
masa, hasta que todo fermenta.
Si lo leemos así, puede parecernos que no tiene mucha gracia. Tres
medidas para nosotros no representan mucha cosa. Veamos lo que significa una
medida. Son unos quince kilos de harina. Tenemos, pues, unos 45 -50 kilos de
harina. ¡Medio quintal! Ese pellizco de levadura es bien significativo. Ya no
tenemos una pequeña familia, sino la nueva familia de “ciudadanos del Reino”.
Por detrás de esas palabras tenemos ya una comunidad viva transformada por la
Palabra-Levadura. La imaginación apunta ya a una realidad nueva que el Reinado
de Dios puede realizar: ¡el Pan partido y repartido entre todos! Donde nadie
pasa necesidad (At 4,32-37). ¡Un “pellizco” de levadura es capaz de transformar
toda la masa! ¡Hasta que todo sea fermentado! La misión de los discípulos, pequeña
e insignificante como una semilla, realizada de dos en dos (Mc 6,7), va a
revolucionar el mundo (At 17,6).
Todo esto se lo explico Jesús a la multitud con parábolas, y sin
parábolas no les explicó nada. Así se cumplió lo que anunció el profeta: Voy a
abrir la boca pronunciando parábolas, profiriendo cosas ocultas desde la
creación del mundo. El Evangelista insiste en ese método de enseñar de Jesús: todo
en parábolas, para despertar los corazones, para hacerles comprender y entrar en
una nueva dimensión que exige acogida, disponibilidad y arremangarse las mangas
(Mt 7,16-27; 5,13-16) para ser una “nueva, bella y buena semilla = ciudadanos del
Reino” (13,38). La nueva comunidad de discípulos misioneros enfrenta una dura
realidad siendo enviada como “corderos en medio de lobos” (10,16). La comunidad
del Reino enfrenta concurrencia, competencia y conflictos: trabajar con la gente
es cosa muy difícil, confesaba un catequista de Pimenta Bueno (Rondônia) treinta
y cinco años atrás, y lo confirmaba una animadora de comunidad durante la
Semana Misionera en Itapipoca (Ceará). Nuestras comunidades no se ven libres de
aquellas tentaciones que Mateo muestra como un cuadro solemne en la entrada del
Evangelio (Mt 4,1-11; Lc 4,1-13; 22.3.53) y que debemos considerar siempre, en
la vida personal y pastoral, pues nos sirven de alerta a lo largo del camino, si
queremos practicar la nueva justicia del Reino (5.17; 6,33).
Así se cumplió lo que anunció el profeta: Voy a abrir la boca
pronunciando parábolas, profiriendo cosas ocultas desde la creación del mundo. Mateo
cita el Salmo 78,2. Para este evangelista todo el Antiguo Testamento tiene un
valor “profético” y lo ve cumplirse a cada paso en Jesús de Nazaret (cf. 5,17;
11,13). La Carta a los Efesios subraya la riqueza y profundidad de la revelación
de ese misterio al final dos tempos, y del cual nosotros ya tomamos parte: “Por
él (Jesucristo), por medio de su sangre, obtenemos el rescate, el perdón de los
pecados. Según la riqueza de su gracia derrochó en nosotros toda clase de
sabiduría y prudencia, dándonos a conocer su secreto designio, establecido de
antemano por decisión suya, lo que se había de realizar en Cristo al cumplirse
el tiempo: Que el universo, lo celeste y lo terrestre, alcanzaran su unidad en
Cristo” (1,7-10).
Podemos, pues, concluir. Con la bella lógica y misión del Reino de Dios:
Incluso un niño sabe contar cuántas semillas tiene una
manzana, pero solamente Dios sabe las manzanas que hay en una semilla. Hoy en
día estamos llamados a creer, confiar y hacer posible el Sueño de Jesús en
nuestro mundo (11,25-30; 25,31-46).
Justino Martínez Pérez – Missionário
Comboniano
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