sexta-feira, 28 de julho de 2017


DISCIPULOS DEL REINO DE DIOS

¿Dispuestos a jugárnoslo todo?

Mt 13, 44-52

¿Dónde están las llaves?
De pequeños jugábamos a un juego. Se llama: “¿dónde están las llaves?”. El juego tenía su gracia, pues había que buscarlas en el fondo del mar. Nadie tenía un nombre adecuado y el grupo le daba un nombre simbólico para enfrentar semejante odisea. Ahora recuerdo una canción que se preguntaba: ¿Dónde están los profetas? Subrayaba y denunciaba cierto modo de enseñar: Nos enseñaron las normas / para poder soportarnos/ y nunca nos enseñaron a amar. En esta línea, el Papa Francisco pone de relieve que “en la Escritura es primero don antes que exigencia” (EG 142). Por tanto, ciertos acentos en el “deber” sin captar el “don” es contraproducente. En el Deuteronomio se pone el acento también en el tesoro de la Palabra de Dios, ante la cual nadie puede poner excusas para escucharla y vivirla. Pues no está en el fondo del mar, ni del otro lado del mar: el precepto que yo te mando hoy no es cosa que te exceda ni inalcanzable; no está en el cielo, no vale decir: "¿Quién de nosotros subirá al cielo y nos lo traerá y nos lo proclamará para que lo cumplamos?"; ni está más allá del mar, no vale decir: "¿Quién de nosotros cruzará el mar y nos lo traerá y nos lo proclamará para que lo cumplamos?" E1 mandamiento está a tu alcance: en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo (Dt 30,11-14).

El Reino de los cielos se parece a un tesoro

Jesús intenta mostrar a sus discípulos el proyecto de Dios, por el cual vale la pena arriesgarlo todo, venderlo todo para comprar ese tesoro. Ese tesoro no es para los primeros cien que entran y compran. Ese tesoro está al alcance de todo ser humano. El Reino no es para unos cuantos, sabios, expertos en negocios o en perlas finas. Jesús lo compara con un agricultor que, cultivando su campo, de improviso, descubre algo inaudito: ¡Un tesoro! ¡Menudo descubrimiento! Jesús, en el evangelio, habla del Reino como de un descubrimiento. Descubrimiento de un tesoro escondido en el campo. Descubrimiento de una perla de gran valor. Se diría que es un golpe de fortuna.
En el Evangelio de Juan tenemos una página maravillosa, que suele pasar sin pena ni gloria, pero que merece toda nuestra atención. ¡Es única! Se encuentra en el primer capítulo. Vamos a llamarla: “¡yo también estaba allí! Después del testimonio de Juan el Bautista, se muestra paso a paso el encuentro que los discípulos van haciendo de Jesús de Nazaret.  Por detrás de las palabras y entre líneas se nota la alegría de aquellos discípulos que se toparon con el Mesías. Uno de esos anuncios, comienza así: ¡Hemos encontrado al Mesías! anuncia Andrés a su hermano Simón en tono triunfal (Jn 1, 41). Como si le dijese: ha sido algo estupendo, un encuentro sorprendente, una experiencia desconcertante. De ahora en adelante puede cambiar toda nuestra vida. Algo a lo que no estamos acostumbrados. Hablar de Jesús, del Reino de Dios, se ha convertido muchas veces en una carga pesada. La gente no quiere saber nada sobre eso. Ya se las saben todas. De pequeños frecuentaron un colegio religioso y ya escucharon “bastantes sermones”. Es una pena que el Evangelio, que es una buena noticia, que consuela, libera, anima, da plenitud, se haya convertido en una carga de la que no se quiere ni tener noticias. Por el caminho, puede ser que hemos perdido el objetivo y lo esencial del Evangelio, insistiendo en “pequeñeces y deberes” y hemos aguado el vino fuerte del Evangelio, que es en primer lugar un DON de Dios para toda la humanidad.

Es necesario, por tanto, decir, gritar y proclamar con el Papa Francisco: “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (EG 1). Por eso en su Exhortación quiere dirigirse a los fieles cristianos para invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada por esa alegría, e indicar caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años. No me cansaré, afirma Francisco, de repetir aquellas palabras de Benedicto XVI que nos llevan al centro del Evangelio: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (EG 7).
El Evangelio, el Reino, no es un añadido a todo lo que ya poseemos y que queremos tener bien agarrado. El Reino es como un tesoro, que descubierto, nos cautiva el corazón, lo llena de alegría y locos por ese hallazgo estamos dispuestos a venderlo todo y comprar el campo. Esa es la lógica del Evangelio, de las Parábolas del Reino, que Jesús cuenta para despertar el corazón de cada discípulo que quiere seguirlo. Su invitación es clara: ¡Buscad ante todo el reinado de Dios y su justicia, y lo demás os lo darán por añadidura! (Mt 6,31-33). Y comenzamos el seguimiento, encantados por su palabra, por su autoridad (Mc 1,22.27), por su coherencia «Nadie habló como ese hombre» (Jo 7,46), por su misericordia (Lc 15,1-3). Mientras iban de camino, uno le dijo: -Te seguiré a donde vayas.  Jesús le contestó: - Los zorros tienen madrigueras, las aves tienen nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde recostar la cabeza. A otro le dijo: - Sígueme. Le contestó: - Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre. Le replicó: - Deja que los muertos entierren a sus muertos, tú ve a anunciar el reinado de Dios. Otro le dijo: -Te seguiré, Señor, pero primero déjame despedirme de mi familia. Jesús le replicó: - Uno que echa mano al arado y mira atrás no es apto para el reinado de Dios (Lc 9,56-62; Mt 8,19-22).
Escuchando las parábolas del tesoro y de la perla, uno se queda encandilado. Sus valores no dejan a nadie indiferente. Las alegrías desbordantes del hallazgo llevan a tomar una actitud clara y definida sin pensar tanto en la contrapartida: vender todo y adquirir el tesoro y la perla. ¡Valen la pena! Lo que pasa es que este golpe de suerte exige algunos riesgos y renuncias. El campesino se ve obligado a «vender todo lo que tiene» para adquirir el campo. También el comerciante tiene que «venderlo todo» para conseguir aquella perla. El tesoro del Reino, - nos dice Jesús hoy-, no se adquiere con un golpe de “magia” o con una corazonada. Exige lucidez y perseverancia. Calcular bien los gastos y apostar día tras día, pues, puede suceder que, una vez obtenido el Reino, se deje deslumbrar por otros oropeles que brillan a su lado y se ponga a buscar puestos, honores, títulos, privilegios, gratificaciones de todo tipo.

El Reino exige fidelidades esenciales
El Evangelio, el Reino de Dios, los pobres, los excluidos. Servir y amar como Jesús nos amó. Cargar cada día con la propia cruz: seguir el Crucificado-Resucitado por los caminos de Emaús, dando alegría y esperanza, a millones de desplazados por causa de las guerras, de los conflictos, de la violencia. Apostar por el Reino y su Justicia es, muchas veces, caminar contra corriente: la corriente del consumismo, de la indiferencia, sin desviarse a la derecha o a la izquierda. Quiero acabar con una historia que puede ayudarnos a discernir y ver qué y quién estamos anunciando en los días de hoy. Cuentan que un discípulo había entrado en un monasterio famoso. Muchos habían hecho lo mismo. Pero después de algunos meses, muchos se fueron marchando. Y el discípulo preguntó por qué eso sucede tantas veces. El maestro lleno de sabiduría le dijo. Esto es como en una cacería. Un perro levanta una liebre. Comienza a correr y gritar. Muchos perros le siguen por un tempo. Pero aquellos que no vieron la liebre ni siguieron el rastro, comienzan a cansarse y luego uno tras otro se retiran. Así en con los que empezaron en la vida religiosa, pero no tuvieron un encuentro con Cristo, luego se cansan y abandonan todo.
El Evangelio de este domingo nos está exigiendo un “descubrimiento personal”. No vale más, nunca valió, pero hoy mucho menos: “me lo dijo mi papá. Me decía mi catequista. Me lo contó mi mamá”. El tesoro y la perla solamente nos llevan a un compromiso auténtico, sin medir penas y trabajos, si de verdad el Cristo Viviente nos hizo vibrar y nos tocó el corazón, cambiando nuestra existencia en un antes y un después.
Conclusión con un dicho parabólico
Proponiendo parábolas, Jesús se ha presentado como doctor sapiencial (cf. programa de Pr 1,2-7 y la descripción de Eclo 39,1-11). Hay "letrados" que son doctores en la ley (Tora), Jesús es doctor en el reinado de Dios. Esa es su especialidad. La conoce como el amo de casa sus depósitos. Puede sacar y ofrecer productos viejos y nuevos. Este breve diálogo de Jesús con sus discípulos resume la intención de todo el capítulo, presentando el modelo de discípulo. Los discípulos “entienden” (este es el tema clave de todo este capítulo:13,13.14.15.19.23.51). Ahora son capaces de entender, vivencialmente, los misterios del Reino. La comunidad de Mateo, compuesta por creyentes de diversa procedencia y mentalidad, debe saber valorar lo “antiguo”, la época de la promesa, y lo “nuevo”, la del cumplimiento, y entrar en la “nueva justicia del Reino” (5,17.20), donde no basta decir “Señor, Señor”, sino hacer la voluntad de Dios Padre (7,21-27).
 Justino Martínez Pérez – Missionário Comboniano
WhatsApp: 00-55-85-999-394383