domingo, 27 de agosto de 2017

LA CONFESION DE PEDRO Y LA NUESTRA

Mt 16,13-20
Pedro, pescador de Galilea, fue llamado junto con su hermano Andrés, cuando estaba faenando en el lago. Acompaño Jesús y hasta se atrevió a darle consejos de por dónde debía realizar su misión. Pedro era así, todo de una pieza. Siempre al quite. Estaba dispuesto a morir y creía que, aunque todos le abandonasen, él, sí, él seguiría al Maestro hasta la muerte si fuera preciso. Pero eso ya era otra canción. Primero le va a negar y al final, sí, después de largo camino de vida, conversión y misión, también él va a dar la vida por Cristo y por el Evangelio.
Pedro, de pescador a pastor
Jesús, aparece como luz por las regiones de Galilea (Mt 4,12-17) y llama a su seguimiento hombres sencillos, pescadores. Pedro encabeza todas las listas de discípulos. El Nuevo Testamento lo menciona casi ciento sesenta veces. La confesión de Pedro en Cesarea de Filipo constituye uno de los puntos culminantes del Evangelio. Jesús, después de instruir sus discípulos a través de largas jornadas de presencia, palabra y práctica libertadora, decide hacer un sondeo de opinión y ver lo que ha quedado. No se trata de un examen, sino de algo más profundo y vivencial, que compromete la propia vida. Años atrás fue famoso aquel libro de José María Gironella: “Cien españoles y Dios”. La gente entrevistada daba respuestas significativas, pero muchas veces, eran respuestas de cara a la galería. Eran personas famosas, conocidas y reconocidas en diferentes ámbitos de la vida nacional. Pocos se arriesgaban a poner toda la carne en el asador. Eran respuestas objetiva y teológicamente correctas, pero no decían o expresaban con toda claridad cómo el encuentro con Jesucristo había cambiado su vida y cómo la llenaba de vigor, alegría y esperanza.

Las preguntas de Jesús de Nazaret
La encuesta de Jesús consta apenas de dos preguntas. Lo que piensa la gente del Hijo del hombre: ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? Esta es la primera. Pregunta que nos haría titubear un poco en nuestros días, pues ese “titulo” que Jesús usa en los Evangelios, siempre usado por él y siempre en primera persona, a nosotros nos resulta extraño. Tiene dos raíces y las dos son muy significativas y conviene llevarlas en cuenta. En el libro de Ezequiel, el profeta siente la llamada continua de Dios con esa expresión; “¡hijo de hombre, levántate!”, y dado que Ezequiel parece que está siempre sentado o echado, pues ¡nada!, a ponerse en pie de misión. Unas noventa veces siente el profeta esa invitación a ponerse en pie: la verdad es que ser profeta nunca fue fácil y menos en la época del destierro de Babilonia que le toco bregar y enfrentar. Sentía Ezequiel que estaba en medio de un pueblo rebelde, que no quería escuchar la Palabra de Dios, que no quería creer en la fuerza profética de su palabra, porque santo de casa no hace milagros o los vecinos no creen en ellos. Como decía, la primera raíz la encontramos en ese profeta y significa algo así, de modo general, como: “Tú, ¡disponte a profetizar, estoy hablando contigo!”. La segunda raíz la encontramos en el profeta Daniel (7,13-14). Aquí no se repite, al contrario, es única, pero lleva un sentido trascendente. Esas dos dimensiones están imbricadas en el uso que Jesús hace de ellas. En la respuesta se recogen una serie de opiniones. Unos lo tienen por Juan el Bautista, como Herodes: 1Por aquel tiempo oyó el tetrarca Herodes la fama de Jesús y dijo a sus servidores: — Ése es Juan el Bautista que ha resucitado, y por eso se manifiestan en él poderes milagrosos (Mt 14,1-2). Otros Elías: Y yo os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible: reconciliará a padres con hijos, a hijos con padres, y así no vendré yo a exterminar la tierra (Ml 3,23); Jeremías o uno de los antiguos profetas. En la memoria del Pueblo seguía viva aquella palabra que Dios dirigió a Moisés: Suscitaré un profeta de entre sus hermanos, como tú. Pondré mis palabras en su boca y les dirá lo que yo le mande. A quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuenta (Dt 18,18-19). Esas expresiones diferentes reflejan lo que sentían las varias clases o grupos sociales, conforme las expectativas reinantes de cara al Mesías esperado y su misión, y que los Evangelios ya presentan como referencia simbólica cuando Jesus es probado en el desierto (Mt 4, 1-11; Lc 4,1-13).
La segunda pregunta es más directa y comprometedora: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Esta es la pregunta clave para todo creyente, discípulo y seguidor de Jesús hasta nuestros días. Esta es la más interesante en esa encuesta. La más personal. Aquí no vale: mis padres me enseñaron así. Mi catequista me dijo… Todo eso, claro, tiene su fuerza y valor. Pero, aquí y ahora, somos interpelados a descubrir lo que significa Jesucristo en nuestra vida personal, familiar y social. Aquí no vale, por ejemplo, pregunte al profesor o busque en “Google”. Aquí se trata de situarnos personalmente, cada uno de nosotros, frente a esta apuesta vital que puede orientar toda nuestra vida y llenarla de sentido y plenitud. En la respuesta nos lo jugamos todo: ¡a una carta! No tenemos rueda de repuesto para este viaje. No hay una segunda oportunidad. Nos embarcamos en esa aventura poniendo toda la carne en el asador o nos quedamos tranquilamente en el puerto.
Pedro se adelanta y dice: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Jesús confirma la confesión de Pedro: "Esto no es de tu cosecha, sino que te lo ha revelado mi Padre que está en el cielo". Ahora bien, entender lo que eso significa, le va a llevar a Pedro un buen tiempo para digerirlo. Pues el Mesías “siervo”, que pasa por la debilidad y por el escándalo de la cruz en el horizonte de la Luz, no entra en la cabeza de los discípulos. Pedro lleva aparte a Jesús cuando anuncia el camino de la pasión y le reprende: Lejos de ti esto. ¡De ningún modo te sucederá eso! Y Jesús se vuelve y le dice: No, lárgate lejos, sino “ponte detrás de mí, Satanás”. Pedro debe “seguir” como todo discípulo por el sendero de Jesús y entrar en la lógica del proyecto de Dios, revelado en su Hijo. Pedro, en las duras y en las maduras, es de una pieza. Se muestra siempre tal cual. Está dispuesto a ir a la cárcel y morir. Quiere saber cómo marcha el proceso ante el sumo sacerdote. Se arriesga y se atreve a entrar en el patio. Cuando lo reconoce una criada y luego otra y algunos más de los que allí están, empieza a tener miedo y tres veces seguidas niega conocer a Jesús. Eso en la noche, antes de cantar el gallo. Luego llora amargamente. El Evangelio de Juan narra el amor de Pedro por su Maestro. Después de la resurrección de Jesús, Pedro tiene una experiencia gratificante. Jesús se interesa por él y le encomienda la animación de su comunidad: "Apacienta mis ovejas". Tres veces le pregunta Jesús: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?". A las tres responde generosamente, incluso cuando su respuesta es modesta y humilde: "Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero".


Nuestra confesión y compromiso

El Evangelio nos muestra una retrospectiva histórica, pero sobre todo una perspectiva actual y de futuro donde somos invitados e interpelados a comprometernos y a involucrarnos en primera persona si queremos ser fieles a nuestra identidad de seguidores de Jesús y al mandato que el Señor de la Misión nos confía para realizar hoy:  su Reino. Por eso, la pregunta de Jesús, dirigida al grupo de seguidores de la primera hora, “y vosotros, quién decís que soy yo” nos atañe directamente y no podemos pensar que respondida una vez de niños o de adolescentes sea suficiente. La vida y la misión de cristianos y comunidades adultas nos muestran que los interrogantes, los desafíos y las pruebas que el mundo de hoy nos plantea exige nuevas reflexiones bíblicas, teológicas, pastorales y testigos convencidos, con coherencia de vida, nuevos e arriesgados compromisos. Las preguntas pueden parecer las mismas, pero los contextos plurales e interculturales donde la evangelización se desenvuelve nos exigen no dormirnos en los laureles.  Hay algunas personas que tienen la confianza y la intimidad de cuestionar a Dios como Jeremías (Jr 12,1-2), pero no logran entablar luego un diálogo sincero y abierto con Dios. Hoy es Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios, que nos formula las preguntas, como en muchas otras escenas de los Evangelios. A nosotros, comunidad reunida en el nombre del Señor, nos toca involucrarnos y dar una respuesta comprometida y creativa. Que nos convenza a nosotros, en primer lugar. Caso contrario, no conseguiremos convencer al mundo actual al que somos enviados a anunciar a Buena Noticia del Señor Resucitado. ¿Será que nuestra palabra pobre, como toda palabra humana, lleva el sello del Evangelio: “fuerza de Dios para la salvación de todo aquel que cree”? (Rom 1,16).
Ese es el desafío y la tarea que nos espera en este mundo globalizado, desafiados por guerras, terror, injusticias, corrupción... Nuestra confesión de fe como aquella de Pedro debe ser creíble y convincente y llevar a los hombres y mujeres de hoy vida, alegría y esperanza. Es un servicio que no podemos postergar. “El esfuerzo orientado al anuncio del Evangelio a los hombres de nuestro tiempo, exaltados por la esperanza, pero a la vez perturbados con frecuencia por el temor y la angustia, es sin duda alguna un servicio que se presenta a la comunidad cristiana e incluso a toda la humanidad” (EN 1).

  ***************


Cualquier día,
en cualquier momento,
a tiempo o a destiempo,
sin previo aviso
lanzas tu pregunta:
Y tú, ¿quién dices que soy yo?

Y yo me quedo a medio camino
entre lo correcto y lo que siento,
porque no me atrevo a correr riesgos
cuando tú me preguntas así.

Nuevamente me equivoco,
Y me impones silencio
Para que escuche tu latir
Y siga tu camino.
Y al poco, vuelves a la carga:
Y tú, ¿quién dices que soy yo?

Enséñame como tú sabes.
Llévame a tu ritmo
por los caminos del Padre
y por esas sendas marginales
que tanto te atraen.

Corrígeme,
cánsame.
Y vuelve a explicarme
tus proyectos y quereres,
y quién eres.

Cuando en tu vida toda
encuentre el sentido
para los trozos de mi vida rota;
cuando en tu sufrimiento y en tu cruz
descubra el valor de todas las cruces;
cuando haga de tu causa mi causa,
cuando ya no busque salvarme
sino perderme en tus quereres...
Entonces, Jesús, vuelve a preguntarme:
Y tú, ¿quién dices que soy yo?
Florentino Ulibarri.
************
Justino Martínez Pérez – Missionário Comboniano
justinomarpe@gmail.com
WhatsApp: 00-55-85-999-394383
https://palavraepaoparaocaminho7.blogspot.com.br