sábado, 12 de agosto de 2017

contra viento Y MAREA,
LA HORA DE LOS PROFETAS Y TESTIGOS.
Mateo 14,23-33
La vida de los creyentes muestra la capacidad de superar las propias crisis. A lo largo de toda la Escritura podemos contemplar los encuentros y desencuentros de Dios con los hombres y mujeres creyentes. Tanto en los acontecimientos positivos de su historia como en los negativos, aparecen momentos en los que la presencia de Dios se hace “noche oscura” para el creyente.
Al profeta Elías, como a todo profeta, apóstol, misionero, agente de pastoral le llega su hora. La hora de la prueba. A Jesus de Nazaret también le llegó su Hora. Estuvo caminando siempre contemplando Su Hora: mirad el Evangelio de Juan y la Hora está presente desde el comienzo hasta el final, desde 1,39 hasta 19,14.27.  ¡Un total de veinte y seis presencias! Y ¿cuál es esa hora? ¿Es la Hora de Brasilia, para unos, la hora del reloj de la Puerta del Sol de Madrid, para otros, la hora de Greenwich, u otra? Es la hora las cuatro de la tarde: la hora del Encuentro con Jesús de Nazaret. Es por la noche, como fue Nicodemo o es la hora del mediodía, la hora de más calor, la hora de más calor del día cuando la samaritana, sin impórtale nada, se va a buscar agua a la fuente. 
A Elías le llegó su hora: la hora de la fragilidad, la hora de la desesperación o de la depresión: quiero morir, no soy mejor que mis padres, llévame luego que no aguanto más. Esa es la hora de cuidar con cariño e paciencia de la fragilidad de las personas, de los animadores y de las comunidades, acompañando la humanidad en todos sus procesos, por más duros y demorados que sean.  Y, al mismo tiempo, es necesario cuidar también, de nuestra propia fragilidad (Jo 17, 12-13; EG 24; 209-216).  Ahí es cuando se prueba el oro que es oro, la plata que es plata, y el profeta y testigo que es testigo y profeta (Ap 10-11). Tengamos presentes, a partir de ahora, algunas palabras claves: pruebas, viento, mareas, fe, esperanza, Resistencia y confianza.

 El camino de fe de Elías y su situación de vida o muerte
¿Cómo vamos caminando en nuestro proceso de fe? El Evangelio de Juan, como también los otros Evangelios, muestran un itinerario que todo discípulo del Señor Jesus está llamado a realizar en la propia vida.  Nosotros solemos hablar de fe, sí, con ese sustantivo, y hablamos de tener fe, de tener poca fe. Juan jamás utiliza el sustantivo y prefiere usar el verbo: creer. Y lo usa intensivamente, noventa y ocho veces en su Evangelio y nueve veces en la primera carta. En diferentes escenarios, muestra cómo las personas que se encuentran con Jesus comienzan a creer, pero ese proceso tiene etapas y dimensiones diferentes. El Evangelista se encarga en hacer notar eso aquí y allí. Nos ofrece un buen guion para ver si nuestra fe crece con el conocimiento y el compromiso con Jesus o se queda estancada, y, por lo tanto, no responde más o no ilumina más los desafíos que la vida y los acontecimientos actuales nos presentan. Elías, vencedor de los profetas de Baal, acaba desanimado y necesita rehacer sus fuerzas para continuar la misión. La Brisa suave vespertina le pone a tono (1 Rs 19,3-18; At 1,8; 2,1).
Sin esa Brisa Suave, corremos el riesgo de desanimar, de ver que nos cansamos inútilmente y no conseguimos llegar a dar frutos de amor, alegría, vida y esperanza para los hombres y mujeres de hoy. No conseguimos dar razón de nuestra Esperanza (1 Pd 3,15).
Creer es, pues, una actividad, una dinámica, una actitud, un proceso, una semilla que se desarrolla en la medida que es cuidada, regada, cultivada, ejercitada, compartida, anunciada y arriesgada. Creer es situarse en el umbral de la novedad permanente de Dios y aceptar el desafío de escuchar su Palabra y ponernos a tiro para una vida de agradable sorpresa y belleza, en la entrega y el servicio. El Dios de Jesús siempre nos sorprende con su novedad del Evangelio. Veamos como Mateo nos presenta ese proceso de fe y esperanza en la vida de Pedro y de los discípulos.

El camino de fe de Pedro
Veinte y tres veces aparece Pedro en este Evangelio. El papel primordial de Pedro se pone de relieve en términos explícitos por parte del primer evangelista, Mateo: “Los nombres de los doce apóstoles son: primero, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés…” (Mt 10,2; Mc 3,13-19; Hechos 1,13). Por consiguiente, gracias a la iniciativa Jesús, que constituyó en torno a su persona y actividad un grupo de discípulos, Pedro se ve asociado a la misión de Jesús en un lugar de primer plano.
Pedro encabeza la lista de aquellas personas que son llamadas por Jesus, junto con su hermano Andrés (4,18-22). Jesús entra la casa de Pedro y cura su suegra (8,14-15). Encabeza la lista de los enviados en misión (10,2). Pedro responde en nombre del grupo cuando Jesús pregunta por lo que sus discípulos dicen exactamente de su maestro: “¡Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo!”. Jesús le replico: Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás porque no te lo ha revelado nadie de carne y sangre, sino mi Padre del cielo. Pues yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta Piedra construiré mi iglesia, y el imperio de la Muerte no la vencerá. A ti te daré las llaves del reino de Dios lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo” (16,13-19).
Toda esa relación de Pedro con Jesús no le impide, antes, al contrario, está exigiendo de Pedro una actitud de confianza y crecimiento en la fe y en la esperanza, no confiando en sus propias fuerzas, sino en Aquel que lo amó y le llamó. Cuando se acerca la pasión, Jesús les advierte que todos van a fallar por causa de él. Pedro le contestó: “¡Aunque todos fallen por tu causa, yo jamás te fallaré!”. Y Jesús le hace ver que la prueba está a la vuelta de la esquina: “Esta misma noche, antes de que cante el gallo, ¡me habrás negado tres veces!”. Pedro insiste en su seguridad y convicción: “¡Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré!”. Es interesante que todos los otros, animados o contagiados por esta convicción de Pedro afirmaron lo mismo (26,30-35). Poco después el veredicto está confirmado: ¡No conozco ese hombre! (26,69-75). El Evangelio de Lucas insiste en una dimensión significativa de la fe de Pedro: -Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he rezado por ti para que no falle tu fe. Y tú, una vez convertido, fortalece a tus hermanos (22,31-32). Así es. Podemos fallar como Pedro, pero somos invitados a levantarnos y a confirmar y fortalecer “nuestros hermanos” mirando para adelante.
Caminar sobre las aguas. La experiencia de discipulado
 “Cuando cruces las aguas, yo estaré contigo, la corriente no te anegará; cuando pases por el fuego, no te quemarás, la llama no te abrasará. Porque yo, el Señor, soy tu Dios; el Santo de Israel es tu salvador” (Is 43,2-3). Eso que el profeta Isaías prometía para el pueblo en el exilio en Babilonia, lo realiza ahora Jesús en el lago, pero los discípulos se asustan y gritan llenos de miedo, pensando que se trata de un fantasma. El viento, el mar, las ondas, la noche representan todos los desafíos que tanto Jesus como la comunidad de sus discípulos deben enfrentar en el anuncio y realización del Reino. La Palabra de Jesús invita a la confianza, a tener ánimo y a no dejarse llevar por el pánico o el miedo. “¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!”. Jesús se identifica. Pero la formula "Soy yo' despierta sin querer resonancias del nombre divino (Ex 3,14, más patentes en el Evangelio de Juan: 8,24.27.58; 20,28; At 2,36; Fl 2,11).
Pedro, siempre al quite, pide para ser mandado actuar. En la Palabra de Jesús se lanza al desafío (Lc 5,5), apenas escucha ¡Ven! Los vientos y mareas ponen a prueba nuestra fe, nuestra esperanza y confianza: “Al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: Señor, ¡sálvame! Pedro no teme porque se hunde, sino que se hunde porque teme (cfr Sal 69,2-3). La actuación de Pedro es propia de Mateo, que quiere mostrar el itinerario espiritual del primer apóstol cuando Jesús se identifica, lo reconoce, solicita su llamada y la sigue con audacia confiada. Luego titubea y falla en el peligro, y es salvado por Jesús: Figura ejemplar para la iglesia. Contrasta este dudar de Pedro, con el de los otros discípulos que están en la barca que acaban postrándose: “¡Realmente eres Hijo de Dios!” Pero el proceso de fe no termina después de una profesión tan solemne. Al final del Evangelio, el evangelista constata que los once discípulos fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se prostraron, pero algunos dudaron” (28,16-17).
La vida de discipulado no está exenta de dificultades, pruebas y dudas. La fe es la capacidad de soportar dudas. Quién iba a decir que la Madre Teresa Calcuta, con tanta garra y compromiso con los pobres, pasaría por una verdadera crisis de fe de 50 años como ha revelado su biógrafo Saverio Gaeta recientemente. Madre Teresa de Calcuta, como Teresa de Ávila o san Juan de la Cruz - pasaron por el crisol de la prueba y se mostraron dignos de los mayores místicos de la historia de la Iglesia.

Caminamos de fe en fe, contra viento y marea, como Abraham y Sara. En nuestro peregrinar por la vida, podemos registrar nuestras etapas o nuestro crecimiento, como en el camino de Santiago.  Con una nube de testigos a nuestra frente, para no desanimar. Con los ojos fijos en Aquel que nos amó, nos llamó y nos envió: el Iniciador y Realizador de nuestra fe: ¡Jesús! (Hb 12,1-4). Con el Apóstol Pablo podemos caminar convencidos que el Evangelio es Fuerza de Dios que nos salva. Yo no me avergüenzo de la buena noticia, que es una fuerza divina de salvación para todo el que cree - primero el judío, después el griego-. En ella se manifiesta esa justicia de Dios que libera exclusivamente por la fe. Según aquel texto, el que es justo por creer salvará la vida.
Y nosotros, ¡ingenuos tantas veces, vamos atrás de caminos fáciles, soñando en una misión fácil, de triunfo en triunfo, de milagro en milagro, de aplauso en aplauso, de visión en visión!
 Justino Martínez Pérez – Missionário Comboniano
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